No amamos a Dios primero, pero Dios nos amó primero a nosotros.
El amor de Dios es evidente por el hecho de que Él mismo vino al mundo en carne para salvar las almas de Sus hijos que serán destruidos por el pecado.

Jesucristo vino a esta tierra como el Hijo, pero en realidad es nuestro Dios.
Debido a que los niños pertenecían a la carne, Él vino en la misma forma física que sacrificó para salvarnos del pecado y la muerte (Hebreos 2: 14-15).

Así como el sistema de la tierra es un modelo y una sombra que nos ilumina sobre los principios del cielo (Hebreos 8: 5), el corazón de los padres hacia sus hijos expresa el amor de Dios Padre y Dios Madre hacia nosotros.
En ese sentido, se puede decir que los padres son maestros que nos enseñan el amor de Dios personalmente.

En Gálatas 4: 26-31, la Jerusalén de arriba es nuestra madre, no nuestra madre física, sino la madre de nuestro espíritu.
Así como tenemos un padre espiritual con un padre físico (Hebreos 12: 9), también tenemos una madre espiritual con una madre física.
Desde la eternidad, la Madre Celestial se ha preocupado por la seguridad de nuestros hijos.
Desde que pecamos desde el cielo y fuimos arrojados a la tierra, la ciudad de refugio, él ha venido a esta tierra y está con nosotros.

¿Por qué no tratas de plantar el amor que has aprendido de Dios Madre en los corazones de personas de todo el mundo desde lejos?
Espero que se conviertan en hermosos hijos de Dios que practiquen este conocimiento que han aprendido de Dios, el mejor maestro, no solo en la iglesia, sino también en casa y se lo den a sus vecinos.
Solo cuando pongamos en práctica el ejemplo de Dios Madre tal como es, seremos llamados fe viva.