Somos pecadores que bajamos a esta tierra después de cometer pecados atroces desde el cielo.
Recordando este hecho, debemos humillarnos ante Dios con un corazón humilde.

No traicionemos el amor de Dios que expió nuestros pecados con los méritos de su santo sacrificio, sino que seamos hijos de Sión que alcancen el arrepentimiento completo dando gracias en todo.

Dijo que debido a la terquedad y el corazón impenitente, enfrentaremos la ira de Dios en el último día del juicio.
Para decirlo sin rodeos, significa que no podemos ser salvos (Romanos 2: 4-5).

Debido a que los niños no se arrepintieron por completo, Dios todavía los está esperando pacientemente. Sin embargo, hay ocasiones en las que la oportunidad y el tiempo de salvación que se nos ha concedido llegarán a su fin algún día.
Antes de que llegue el momento irrecuperable, miremos hacia atrás en nuestras vidas hasta ahora, confesemos nuestros pecados sin dejar una pizca de pecado, arrepintámonos y regresemos al cielo.

Tengamos el valor de confesar los pecados vergonzosos y vergonzosos que no hemos revelado ante Dios, sean grandes o pequeños, y avancemos en la gracia del perdón de los pecados.

Dios está esperando que nuestros hijos se arrepientan.
Incluso si miramos la parábola del hijo pródigo que regresó, cuando el hijo que dejó el seno de su padre y llevó una vida pródiga y desperdició toda su riqueza regresó después de arrepentirse, el padre no reprendió al hijo, sino que lo saludó con gozo (Lucas 15: 11-24).